A los 13 años de edad, Rocky (Adrián Perales), protagonizó una anécdota que anticipaba la relación intensa que su vida iba tener con el tatuaje. En esa época pintaba a sus amigos con birome y canjeaba bocetos por entradas a recitales y calcos en las galerías Churba y Bond Street.

Adrián Perales (Rocky).
Adrián Perales (Rocky)

“No sabía tatuar, pero moría por conseguir una máquina”, recuerda. “Un flaco que vendía una me dijo que podía probarla tatuando el tobillo de una amiga suya. Apenas hice una letra, pero sentí una energía tan fuerte que me atemorizó. Y no volví a tocar una máquina hasta los 17”.

Hoy, Rocky  vive en Ushuaia, Tierra del Fuego, el lugar que eligió para celebrar esa energía aplicada a su arte. Está al frente de Aura Tatuajes, un “consultorio de arte”, especializado en tattoos pero también abierto a otras manifestaciones creativas. Es un espacio de expresión colectivo, donde se intercambian proyectos y se comparte el proceso de creación. “Lo más estimulante es hacerlo en conjunto”, resume Rocky.

Esta vocación colaborativa tiene que ver con la formación profesional de sus comienzos: “Cuando la exigencia cotidiana era alta, sacábamos el trabajo adelante con la energía que generaba el trabajo en equipo, siempre al servicio del colega. Eso se llama camaradería”, recuerda.

Anfitrión generoso

Además de los miembros estables, la experiencia de Aura se enriquece con artistas de otras ciudades que visitan el estudio. “Recibimos gente con la que ya trabajé o recomendada por amigos. Todos comparten y logran conocer este fantástico lugar que es Ushuaia”, explica Rocky.

Mencionar el nombre de la ciudad no sólo transmite una ubicación geográfica, también es una experiencia sensorial alimentada por sus paisajes y modo de vida particular. “Llegué y me sentí en casa”, destaca Rocky. Y en cuanto al desarrollo profesional que significa trabajar allí, valora el buen gusto y la variedad del público, además de la afluencia de turistas extranjeros todo el año.

La alusión al perfil del cliente no es casualidad. “Para mí, lo más gratificante de tatuar es el servicio. Disfruto el intercambio durante esa experiencia que nos une, para que cada pieza sea un acto de amor,” explica Rocky.

Si bien prefiere desarrollar sus propuestas, Rocky siente que “cada trabajo se nutre y se canaliza a partir del deseo del otro”. Por eso entiende que para darle libertad a su creatividad, primero debe escuchar e interpretar al cliente y luego recorrer el camino hacia el objetivo deseado.

Se siente cómodo trabajando de manera freehand (a mano alzada), y prefiere no encasillarse. “No quiero perderme todas las opciones que hay por cerrarme a un estilo. Trabajar así me permite ampliar las alternativas cuando busco lo mejor para el cliente. Siempre siendo consciente de mis capacidades y posibilidades”.

Luego de dos años en Ushuaia, Rocky se embarcó en un proyecto ambicioso: organizar la Convención de Tatuadores del Fin del Mundo, que se celebra anualmente. Conviven artistas de trayectoria y otros que están empezando, de todo el país. Así el público puede conocer la variedad de estilos y coleccionar piezas exclusivas. También se dictan seminarios y talleres para quienes buscan perfeccionamiento. Acerca de los objetivos del encuentro, señala: “Es posible gracias el apoyo de los artistas que me visitan. Lo veo como una oportunidad para concientizar al público, una manera de contribuir a la reputación del rubro, que se conozca por sus virtudes”.

Esa misma energía que a los 13 años asustó a Rocky, hoy se percibe en cada uno de sus proyectos. Pero ya no genera temor, sino que se canaliza de manera positiva en creaciones que representan su amor por el tatuaje.

 

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