La aldea Buscalan, con electricidad limitada, calles de tierra angostas, y sin internet, es el destino más popular en la provincia de Kalinga, al norte de Filipinas.
Su habitante más famoso es Whang-od Oggay, de 101 años, cuya choza de madera es destino de preregrinación de turistas y visitantes, que desean acercarse a ella o por lo menos verla.

A nivel internacional se la conoce como una leyenda viviente, ya que es la última tatuadora tribal que ostenta el título de Mambabatok (dado originalmente a tatuadores tradicionales por el grupo étnico Kalinga durante miles de años).
Tatúa hace más de ochenta años a través de un método manual, y de esa manera mantiene vivas las tradiciones de la tribu Butbut. El procedimiento picha la piel con espinas de cítricos que se insertan en lengüetas de bambú.
Oggay diseña sobre la piel con una pajita delicada. La tinta para el tatuaje se hace mezclando carbón y agua. Se la aplica sobre la espina, y se va metiendo en la piel mediante golpecitos hechos con un martillo de bambú de 12 pulgadas.
Si bien la mayor parte de su vida Oggay tatuó guerreros de su tribu, hoy aplica su arte a los numerosos turistas que visitan la aldea Buscalan. “No sólo genero ingresos para mí, sino que también mantengo activa la economía del lugar”.
Oggay fue la primera mujer tatuadora en Kalinga. Pero quizás no sea la última. Con el tiempo, la tradición se ha renovado y hay varias jóvenes que se dedican a tatuar.
Dos de ellas son las sobrinas nietas de Whang-od: Grace Palicas y Elyang Wigan. Además, son las únicas que están autorizadas para tatuar con ella. Grace empezó a tatuar a los 9 años de edad, y practicaba en los brazos de Oggay.
“Nunca les enseño, sólo me observan y así aprenden”, explica Oggay. “El tatuaje Kalinga no se puede enseñar, no hay una escuela. Tenés talento para hacerlo o no”.
La tradición indica que el arte del tatuaje sólo se puede pasar por el vínculo de sangre. “No tengo hijos, por eso mis sobrinas nietas reciben mi conocimiento mientras me ven trabajar”. Y agrega que “sería muy triste si este arte muriera conmigo”.
La aldea Buscalan tiene poco más de 700 habitantes, y hay 20 mujeres jóvenes que se dedican a pintar la piel. Por un lado, las mujeres que practican este arte antiguo mantienen viva la tradición. Pero al mismo tiempo, logran que la aldea pueda contar con una importante afluencia de turismo. En 2010, unos 30.000 turistas visitaban la aldea. En 2016, las visitas llegaron a 170.000.
“Tengo una gran responsabilidad. Con cada tattoo comparto un pedazo de la historia y la cultura de Kalinga con alguien nuevo.” De esta manera se generan ingresos que son bienvenidos. “El tatuaje Kalinga es lo que mantiene viva la aldea ya que sin los turistas no podríamos sobrevivir”.
Por eso el reconocimiento y la trascendencia de Oggay es clave. Hace unos meses fue nominada por el Senado filipino para recibir el galardón de Tesoro Nacional Viviente. El argumento es que el batok sobrevivió siglos de influencias externas. Y el premio para Oggay reconoce la belleza de un arte tradicional. Esto busca asegurar la continuidad del legado filipino.
Fuente: Atlas Obscura.