Un domingo de asado con amigos o en familia. Así es un día normal en Estación Yeruá. Entre dibujos y tatuajes salen unos mates, se discute, hay bromas, broncas, risas o se toma café. Pero principalmente, sus integrantes se complementan para obtener los mejores resultados, que no pasan por la cocción del vacío sino por la satisfacción tanto del tatuador como de la persona que viene a tatuarse.
Además de la capacidad y talento del artista, cada tatuaje es el fruto de un proceso de aprendizaje, práctica e intercambio de conocimiento que se renueva cotidianamente. Y en cierta forma representa la relación enriquecedora que une a los miembros de Estación Yeruá.
Cada uno tiene predilección por un estilo en particular: Andrés Alegre es especialista en realismo; los trabajos de Alejandro Fernández, creador del estudio, van desde el realismo hasta el japonés; Matías Fornara elige el oriental “porque involucra muchos elementos y tiene movimiento”, y además el tradicional “porque te permite ser contundente”.
Por su parte, Lucas Lapellegrina también destaca las virtudes del tradicional, ya que “se pueden hacer cosas que van a perdurar en el tiempo”. Y Roma Masimo, que está forjando sus primeras obras como tatuadora, señala: “Por el momento voy probando estilos hasta definir mi camino”.
“Todos estamos preparados para hacer cualquier estilo”, asegura Alejandro. “En el aspecto técnico no habrá diferencia en línea, color o sombreado. Pero a veces varía el nivel de conocimiento sobre algún estilo en particular. En ese caso nos derivamos los trabajos”.
Para Roma, la relación entre los miembros de Estación Yeruá “es como una familia, donde nos instruimos desde lo artístico hasta lo humano”. “Por eso cada día es un aprendizaje”, agrega Matías. “En mi caso, que estoy empezando, trabajar en equipo me permite nutrirme de personas que saben mucho”, resume Lucas.
Y quizás las Noches de Dibujo que se realizan cada tanto en el estudio sean el momento más representativo de esa voluntad de creación colectiva. Durante algunas horas, los cinco miembros dibujan en conjunto, actividad que se diferencia de la ejecución de un tatuaje, que es una práctica individual.
Estas prácticas revelan un ingrediente mágico, compartido por los miembros de Estación Yeruá más allá de la amistad que los une: la confianza. La misma que les da libertad para intercambiar puntos de vista o pedir una opinión sobre un tatuaje, que puede ser incorporada o descartada. “Eso nos fortalece a la hora del diseño. Fortalece el dibujo”, subraya Alejandro.
La vocación de ayudar a otros en su formación abre las puertas de Estación Yeruá cuando se organizan seminarios para tatuadores principiantes o quienes buscan enqriquecer sus habilidades. “Mucha gente está mal informada o no sabe por dónde empezar. No lo hacemos desde un lugar de sabiduría absoluta, sino que compartimos lo que fuimos aprendiendo y nos dio resultado”, especifica Alejandro.
Vínculos de confianza
La confianza como pilar de la relación también está presente en el intercambio con el cliente, un vínculo que nace al explicarle el significado del tatuaje artístico, la esencia de Estación Yeruá. “Siempre buscamos educar a las personas que se vienen a tatuar. Respetamos el deseo de intervenir su piel como elijan, pero les ofrecemos otro punto de vista porque queremos que se lleven algo único”, detalla Matías.
Todos los integrantes de Estación Yeruá coinciden en que lo más gratificante es que la persona que se tatuó se vaya feliz. Para Andrés, “a veces no te das cuenta de lo que puede generar, aunque sea con algo muy sencillo”. “Ver lo que causa es una sorpresa que emociona y te motiva para crecer”, explica Roma.
Amor antes que comercio
Esa intención de ir más allá del pedido inicial del cliente responde a inquietudes artísticas. Pero además convive con un contexto de crecimiento del tatuaje como parte de la cultura masiva. Por eso, asistirlo para que no se quede sólo con la referencia mediática del tatuaje pasa a ser una responsabilidad.
“En líneas generales, me gusta que el tatuaje se haya masificado”, sentencia Alejandro. “Se puso de moda y no está mal. Las diferencias que importan están en el interior, no en la piel”. Y redobla la apuesta desde el punto de vista del tatuador: “¿Qué mejor para mí que me gusta tatuar? En 2005 todos pedían un tribal y nosotros queríamos hacer una manga. Ahora todos quieren tatuarse el brazo entero. Entonces ¿de qué nos quejamos?”.
Esta fiebre también incrementa la oferta de locales donde tatuarse, algunos con más oportunismo comercial que argumentos profesionales. “Muchos empiezan a tatuar porque creen que se gana muy bien. Pero no saben que para llegar a un nivel artístico de calidad se invierten madrugadas de dibujar y dibujar, casi sin dormir. Y ni siquiera así uno está 100% satisfecho, porque es una búsqueda permanente. Está bueno que sea masivo, porque no es propiedad de nadie, es de todos. Pero lo importante es el amor que cada uno le ponga a su relación con el tatuaje. Hay que tomarla muy en serio”.
Más allá de las risas, la amistad y el ambiente familiar, en Estación Yeruá el tatuaje es cosa seria. Principalmente porque involucra el amor con el que trabajan las cinco personas que integran el estudio. No sólo se refleja en sus creaciones, sino que además tratan de inculcarlo a quienes se van a tatuar. Y si no hay amor, que no haya nada.
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