El paisaje urbano de Moscú oscila entre monumentales hitos soviéticos (esculturas, edificios públicos, estaciones de metro), y avasallantes intervenciones de la modernidad (centros comerciales fastuosos, cadenas internacionales y vehículos de lujo).

Vlad Tokmenin

Grúas, andamios y mamelucos naranjas cubren las calles céntricas para profundizar el cambio de época, apurando la puesta en valor del espacio público ante la inminencia del Mundial 2018.

Son señales de un proceso de transformación de la sociedad rusa. Lento y prolongado desde la caída de la Unión Soviética. Acelerado y brusco de la mano de los intereses económicos y políticos.

En ese contexto, las manifestaciones culturales no permanecen ajenas al cambio de era, y el tatuaje mucho menos. Si bien aún es joven, su ritmo de crecimiento es intenso, sustentado por nuevos estilos que, una vez depurados, seguramente confluirán en una identidad propia. 

Un mundo nuevo

 

 

Al revisar los exponentes del nuevo tatuaje ruso, Vlad Tokmenin aparece como uno de los más destacados. Asegura que “el mundo del tattoo en Rusia todavía está en formación. El tatuaje profesional no fue parte de nuestra cultura hasta comienzos de este siglo. Y como nunca estuvo consolidado, atravesó cambios y vaivenes”.

Vlad empezó a tatuar hace siete años, pero reconoce que “sólo hace unos cinco los artistas rusos dejaron de copiar o imitar estilos de tatuadores extranjeros y empezaron a crear algo que represente su singularidad”.

Este impulso fue de la mano de la aceptación del tatuaje como expresión cultural en Rusia. “Antes estas adiciones al cuerpo se veían como algo negativo, marginal. Hoy la presencia de los tatuajes en los medios ayuda a que la los perciba como algo único, personal y hermoso. Ni ofensivo ni desafiante”.

Con la proliferación de tatuadores locales se afianzó un mercado con una demanda en expansión. De esta manera creció la disponibilidad de materiales, insumos y equipos para trabajar. “Ahora la cultura del tattoo ruso existe y quiere ser parte de la escena global”.

 

 

Nace un estilo

En pleno estallido del tatuaje ruso, Vlad Tokmenin lanzaba una búsqueda personal para crear un estilo que distinguiera su arte. El resultado es lo que hoy describe como “realismo con algo de influencia pop”.

“Me gustan los tatuajes realistas con detalles, como retratos y esculturas. Me atraen las plantas y todo tipo de gemas, piedras, cristales. Por eso agrego elementos dinámicos y filosos, además de darle un poco de aire a la imagen”.

Pero la evolución para perfeccionar ese estilo distintivo fue gradual. “Buscaba crear algo único, y me di cuenta de que el público estaba sobresaturado de tattoos de los estilos más comunes”. El click de Vlad fue hace dos años, cuando decidió revisar los trabajos que había hecho hasta el momento y analizó lo que pasaba en el mercado artístico.

“Vi muchos trabajos de otros tatuadores y el perfil de la gente que los consumía. Entendí que para hacer algo que te guste y que al mismo tiempo sea reconocido, hay que colaborar mentalmente con las personas. Por eso mis trabajos combinan lo que me gusta y lo que buscan los clientes”.

Ese camino lo llevó a plasmar en el tatuaje su trabajo y su arte como elementos que se complementan entre sí. “La clave es sentir pasión por lo que hacés. Ser creativo pero sin descuidar los aspectos técnicos”.

Tatuar para crecer

Vlad siempre mantuvo una relación de apertura hacia sus clientes. Quizás por eso afirma que lo más gratificante de tatuar “es la posibilidad de conocer personas, sus historias y sus experiencias. Es como leer un libro, pero 10 libros en una semana. Cada persona, cada sesión, es una historia nueva”. Y Ese vínculo ir más allá de lo que se ve en la piel o en el estudio: “Muchos de los que tatué hoy son mis amigos”.

Vlad profundiza esa influencia del tattoo en su vida al relacionarlo con su crecimiento personal: “Si repaso los años que llevo tatuando, me queda claro que no sólo pude crecer profesionalmente. El tatuaje te hace crecer como persona”.

 

 


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