“Para mí, el tatuaje es un trabajo, un oficio. No es arte. Pero hay tatuajes que son arte”, asegura Nahuel Rico. “Soy un laburante del tattoo. Mi sueño no es irme a Suiza a tatuar con Filip Leu. Es construir mi casa”.

Nahuel Rico

Este enfoque pragmático, despojado de aspiraciones que se desvanecen en el aire, no le quita una pizca de pasión por lo que hace, por eso habla de la misma manera en que se expresan sus tatuajes. “Desde el punto de vista técnico, lo que hago es sólido y limpio. Como estilo, podríamos decir que es Tradicional con algún viaje medio onírico”.

Su estudio se llama Por Una Cabeza. Y lo define como “un taller de tatuaje. No hacemos otra cosa. Está preparado para hacer nada más que tattoos”. La referencia tanguera, que a su vez repasa los vaivenes de la suerte en el hipódromo, no es casualidad. 

Explica que eligió ese nombre “porque en la cancha se ven los pingos. Pero no lo digo como algo desafiante, sino porque la realidad del tatuador es lo que pasa en el local”. Para Nahuel, esa experiencia directa, que se percibe con todos los sentidos y sin filtros de por medio, es uno de los atributos más representativos del tattoo como rubro. Por eso la considera un factor clave en su relación con el tatuaje y la rescata por su perdurabilidad. 

“Como ninguna otra actividad creadora, el tatuaje preserva un elemento que lo eterniza como auténtico y artesanal”, explica. Y así lo ejemplifica: “Te puede tatuar el tipo más groso del mundo, que probablemente sea el más difícil de conseguir porque es muy caro y exclusivo. Quizás no te diga ni una palabra en toda la sesión… pero vas a estar dos, tres o cuatro horas con esa persona, mano a mano, porque el tatuaje que te haga no lo puede tercerizar ni hacer con una máquina o una computadora. Y eso no cambia en ningún lugar ni con nadie”.

El ojo de la cerradura

Durante la entrevista, Nahuel retoma varias veces el tema de la autenticidad y la experiencia real. Estas reflexiones surgen, entre otras cosas, al analizar el uso de las redes sociales como herramientas para construir el perfil más visible de los tatuadores (y de cualquier persona). 

Nahuel las valora como un recurso de difusión, pero no se deja seducir por su eventual capacidad para sostener una reputación profesional con argumentos sólidos. “Los perfiles online funcionan como el ojo de una cerradura. Ves el 5% de lo que es el tattoo real. Las líneas y la solidez no se pueden apreciar. Pero un tatuaje del tamaño de un pulgar ¿cómo lo vas a juzgar?”.

Cuidar el lugar propio

Para Nahuel, el hábito de tomar a las redes como fuente de legitimación nace en parte de la masificación del tattoo, pero también por la relación de confianza irreflexiva que hoy establecemos con las plataformas digitales. 

Al igual que en otros aspectos de la vida cotidiana, la proliferación de fuentes de información aceleró los tiempos de manera vertiginosa. “Tatúo hace 22 años y nunca vi tantos cambios en el tatuaje como en los últimos cinco. Y cada vez va a ser más rápido”. 

Sin embargo, Nahuel considera que esta avidez por satisfacer las demandas de las redes no es garantía de nada en tiempos en los que el rubro se diversifica y la competencia se vuelve cada vez más exigente. 

Por eso, a partir de la experiencia propia, sugiere que, en vez de enfocarse en alimentar un perfil digital, la prioridad debe ser desarrollar las capacidades y recursos que resultan más confiables ante cualquier contexto. “Es clave consolidar tu base en el lugar de laburo y cuidarla. El negocio puede seguir cambiando, pero si tenés tu lugar (un estudio propio o un espacio de trabajo que te aloje), vas a estar bien. Y ahí es donde se construye la experiencia real con los clientes, que te van a volver a buscar por eso”.