Budapest está integrada por dos ciudades ubicadas a cada lado del río Danubio: Buda en la orilla oeste y Pest en la margen este. Esta interrupción fluvial hace que la vida en la capital de Hungría se construya sobre dos costas opuestas, pero condensando sensaciones que anulan diferencias. La ciudad es una sola. Su identidad también.

Propone un recorrido por hitos urbanos que hoy descansan tras décadas de historia tumultuosa. Calles, espacios verdes y edificios que atesoran memorias para ser compartidas con quienes visitan la ciudad. 

Róbert Borbás.

Historia viva y tattoos

Desde el emblemático Mercado Central y de forma paralela al río, nace una de las peatonales más concurridas del centro de Pest. En sus cuadras proliferan cadenas internacionales y negocios de baratijas al servicio del turista que, sin mucho esfuerzo, busca algún recuerdo tangible para quedar bien con sus parientes.

Estos locales de espíritu expeditivo contrastan con las construcciones monumentales, tanto las que invitan a un viaje a las décadas comunistas, como las que generan cierta añoranza por la era imperial. Muchas no tienen ascensor ni exhiben rastros de puesta en valor reciente. Son testigos y testimonios vivos de otras épocas, con mil historias para contar. 

Pero no están abandonadas. Una de ellas, en un piso con vista a una plaza, el Puente de la Libertad y el río, alberga a Rooklet Ink, el estudio de tatuajes de Róbert Borbás, reconocido mundialmente por sus descomunales creaciones, la mayoría sobre situaciones espeluznantes. Al igual que esos edificios, los tatuajes de Róbert también cuentan historias.

“No sé si puedo catalogar lo que hago como un estilo o un género específico, ya que son muchas las influencias que vuelco en mis obras”, explica. “Quizás lo más acertado sea Ilustración Oscura”. 

Los diseños tienen mucho negro pleno y algunos tonos de grises, pero la oscuridad pasa más por las temáticas elegidas que por cuestiones pictóricas (en sus comienzos hizo muchos tattoos con color y recientemente lo ha vuelto a incorporar). “La ilustración también está presente porque mi enfoque es cercano a elementos del tatuaje clásico, como el Realismo”.

Un encuentro casual con el tatuaje

Antes de encontrar su camino en el tattoo, Robert se desempeñaba como ilustrador. Su principal actividad era diseñar afiches y tapas de discos de bandas de heavy metal. No pensaba incursionar en el mundo del tatuaje hasta que un día lo llamó Zsolt Sárközi, pionero de la escena húngara y fundador de Dark Art Tattoo.

“Conocía mi trabajo y me preguntó si quería sumarme a su estudio, algo totalmente inesperado para mí. Yo sabía de tatuajes por lo que veía en las revistas, pero nunca había pensado en dedicarme a eso”. 

A pesar de la tentación que representaba la propuesta, Róbert se tomó un tiempo antes de responder. Su decisión no sólo tendría repercusiones a nivel profesional, sino también como elección de vida. “Después de pensarlo durante ocho meses, acepté”.

Esa elección liberó una bestia del tattoo y ya nada sería igual. “Tenía mis dudas antes de empezar, pero cuando hice la primera línea me di cuenta de que era lo que había estado esperando toda mi vida”. 

Entre dos amores

Tomar el rumbo del tattoo también implicaba dejar la ilustración en una pausa de duración indeterminada. Pero después de un tiempo, Robert la retomó. ¿El motivo? “Sencillamente porque la extrañaba”. Las bandas con las que había trabajado seguían encargando diseños para discos, afiches y recitales (este año fue uno de los más productivos en ese sentido). 

Si bien ambos mundos (ilustración y tatuajes), se enriquecen mutuamente en su universo creativo, Róbert respeta estructuras de ejecución para obtener los mejores resultados en cada uno: “Cuando preparo un tattoo, lo pienso y lo diseño para la piel, no como una ilustración. Puedo usar elementos de la ilustración, pero sólo si enriquecen al tattoo. Hay que hacer un tatuaje. No se trata de ilustrar en el cuerpo de una persona”.

Es capacidad para discernir qué podía aplicar a sus tatuajes y qué no, es parte del proceso que fue forjando su estilo. “A medida que incorporaba conocimiento para aplicarlo en la piel, identificaba qué se podía hacer y qué no. Aprendí mucho de mis errores. Encaraba los diseños como si fueran ilustraciones en lugar de tatuajes. Me costaba mucho no caer en eso”.

Mucho más que meter tinta

Desde sus comienzos, la relación con el tattoo no sólo lo estimulaba por el proceso de diseñar y plasmar sus dibujos en la piel. Su nueva actividad también le permitía generar vínculos internacionales. 

“En Europa, si te dedicás seriamente, el tatuaje te permite viajar seguido y conocer mucha gente. Después de varios años de convenciones, colaboraciones con otros estudios y personas que vienen a tatuarse a Budapest, creo que en cada país puedo compartir una cerveza con alguien que conozco”.

Este aspecto relacional de su carrera también se nutre del intercambio con sus clientes. El 90% es de otros países y suelen combinar sus sesiones con visitas a Budapest. “Me siento afortunado por la confianza y por la libertad que me dan. Además, es mejor tatuar a alguien que ya se hizo algo conmigo… porque a partir esa frecuencia ya sé cuánto dolor pueden tolerar”, bromea.

Motivación inesperada

Hoy Róbert sigue progresando a partir de probar nuevas ideas y mantiene la motivación intacta, pero en ocasiones se siente movilizado por catalizadores inesperados. “Puede sonar fuerte, pero también trato de evolucionar porque mucha gente copia o roba mi trabajo. Trato de mejorar mi estilo para que no me pueden copiar. No es mi principal meta, pero en cierta forma me motiva”.

Sus clientes y colegas suelen enviarle publicaciones de tatuajes que básicamente son una reproducción inescrupulosa de sus diseños. Para Robert se trata de “gente de pereza mental que evita la parte más importante del proceso y sólo copia. Es una falta de respeto hacia mis clientes, que invierten tiempo, dinero y confianza”. 

Respetar los valores

El tattoo también impulsó un desarrollo intelectual que fue creciendo a medida que intensificó su búsqueda creativa. “El tatuaje te abre la mente en todos los aspectos de la vida. Lo considero un trabajo que puede ser divertido, pero no como mucha gente se lo imagina”, aclara para que no se confunda diversión con frivolidad como parte de una imagen del tatuador cool.

“Si bien el tatuaje es más algo artesanal que un estado mental o un estilo de vida, tenés que romperte el lomo trabajando y eso se vuelve transversal a todo lo que hagas. Pero sólo rinde si trabajás duramente”.

A pesar del reconocimiento que fue obteniendo de parte de sus colegas y la escena del tattoo en general, Róbert siempre tuvo en claro que, para fortalecer el estilo propio que quería seguir desarrollando, debía priorizar los elementos que lo mantenían auténtico. 

“No es necesario ser un lobo solitario que se encierra en su sótano y pinta todo el día. En primer lugar, hay que ser humilde y no olvidar las raíces del tatuaje. Un ejemplo para mí es Filip Leu, cuyos valores como persona y como tatuador siguen vigentes. Se puede aprender mucho de su conocimiento y de sus trabajos”.

En un mundo que privilegia la urgencia vacía del mercado con recuerdos genéricos para turistas y tatuajes copiados por inescrupulosos, Róbert sigue siendo auténtico. Al igual que Budapest, se mantiene fiel a sus valores y a su identidad.