Esta situación ocurrió hace unos meses: habían pasado ya varias horas y Cristian Barreto permanecía sumergido en una intensa sesión de práctica de dibujo. Aislado del mundo y enfocado en un diseño, dibujaba y dibujaba sin parar, repasando y trazando los detalles de un estilo que le había gustado y quería pulir para darle su impronta.

Cristian Barreto

Ese día estaba inspirado, pero había probado miles de variantes y ninguna terminaba de convencerlo. Uno tras otro, descartaba los dibujos, alguno más avanzado, otro apenas un borrador, porque no alcanzaba el resultado que fuera sinónimo de esa satisfacción que sólo quien sabe qué está buscando tiene la capacidad de reconocer.

De golpe, el frenesí que revoleaba lápices y hojas se detuvo. Algo había pasado y no le quedó otra que dejar de dibujar. Primero miró la hoja con cierta extrañeza, luego con asombro y, finalmente, su cara se convirtió en una gran sonrisa (“sonreí mucho, como un loquito”, recuerda).

Cristian lo había logrado: ya hacía un tiempo que se había topado con el estilo Invertido, una variación del Realismo en el que los diseños se ven como el negativo de una foto. Y buscaba darle un perfil con elementos creativos propios. “Me sentí muy bien porque estaba haciendo algo distinto a lo normal. Pero sabía que hay que pulirlo y mostrarlo. Porque si sólo queda en la mesa de dibujo, por más lindo que sea no pasa nada”.

Esa anécdota no es un hecho aislado. Antes y después del “momento eureka” en la carrera de Cristian, existe una historia que cuenta de dónde viene. Y también muestra hacia dónde va. Mientras profundiza sus habilidades en el Realismo dentro del Black and Grey, apunta a seguir creciendo con el estilo Invertido, que consiste en tomar una imagen realista en Black and Grey, pero invirtiendo negros y blancos, como el negativo de una foto. A continuación, repasamos ese recorrido.

De los botines a la máquina

“Un día vino un tatuador al barrio y mis amigos le dijeron que yo dibujaba. Me pidió que le hiciera una carpetita con dibujos. Y le copié todos los rostros que veía en el diario”. A la semana, el tatuador volvió, y le contó a Cristian que había hecho dos trabajos con sus dibujos. “Me regaló una máquina. Era barata, de principiante, pero para mí tenía un valor increíble”.

Cristian jugó al fútbol hasta los 17 años, cuando se lesionó y no pudo seguir desplegando su talento en las canchas. Pero en el reposo que implicaba la recuperación, imprevistamente descubrió otra habilidad: mientras leía el diario, dibujaba la portada y las personas que aparecían en las fotos. Casi sin darse cuenta, esta práctica se volvió una actividad diaria.

Todo es aprendizaje

Ni bien empezó a tatuar, Cristian ya sabía en qué estilo quería crecer: Realismo, siempre dentro del Black and Grey. Pero incluso antes de dedicarse profesionalmente al tattoo, su capacitando ya había comenzado. “Para hacerme los primeros tatuajes, elegí dos tatuadores que tenía como referentes y hoy sigo admirando: Alejandro Fernández y Ezequiel Samurai”.

El tatuaje con Alejandro fue en el brazo. “Le pedí que hiciera lo que tuviera ganas y eso le cayó bien. Mientras me tatuaba, me contaba cómo encaraba cada etapa del tattoo. En el momento quizás no me daba cuenta, pero fue como una enseñanza”. Y cuando se tatuó con Ezequiel, el lugar elegido fue el cuello. “También se abrió a contarme acerca de su modo de trabajar. En ambos casos, fue gracias a la buena onda que se generó”.

Si bien Alejandro y Ezequiel comparten estilos, cada uno implementa distintas modalidades de trabajo. Los resultados pueden ser parecidos en lo que se refiere al Black and Grey, pero recorren caminos propios, que funcionan para cada uno de acuerdo a sus preferencias estilísticas. “Alejandro es de implementar técnicas tradicionales y utiliza máquinas electromagnéticas, mientras que Ezequiel prefiere algunas más modernas y trabaja con máquinas rotativas”.

Cristian fue tomando elementos de cada filosofía de trabajo para combinarlos en sus diseños y así obtener los resultados que busca. Además, incorpora técnicas de dibujo que no son estrictamente para tatuajes. Por ejemplo, observa la diagramación de las revistas o publicaciones de cómics y cómo a partir de ello se define la manera de dibujar una escena. “Si lo traslado al tattoo, me sirve para ver cómo componer un brazo entero, una pierna o una espalda. Esos trucos del comic, que le dan legibilidad a la revista, son muy útiles para el tattoo. En las piezas grandes ese enfoque es clave para darle continuidad a una escena a una imagen compuesta por distintos elementos”.

“También empecé a comprar máquinas y probarlas. Y cuando hablaba con un colega podía hacerlo desde la experiencia de haber usado distintos modelos. Usé y tengo casi todas las máquinas del mercado. Una inversión que vale la pena”.

Además de incorporar técnicas y probar máquinas con el fin de encontrar los ingredientes adecuados para dar sabor a su estilo, Cristian valora las ventajas de compartir el ámbito de trabajo con otros tatuadores. “Estar todo el día con colegas sirve para aprender. Cuando empecé a trabajar con gente de distintos estilos fui tomando cosas que también puedo aplicar lo mío. De otra manera quizás no se me hubiera ocurrido usarlas”.

Con el fin de ampliar y pulir sus habilidades, Cristian asegura que abrirse a otros estilos es una práctica saludable, más allá de privilegiar el perfil propio: “Mi foco es el Black and Grey, porque me gusta y me siento muy cómodo haciéndolo. Sin embargo, creo que hay que tratar de tatuar de todo. Probar cosas nuevas y técnicas distintas sirve para mejorar los puntos débiles que puede tener un artista”.

Practicar y practicar

Pero sin práctica y constancia, todos esos elementos y conocimientos por separado no se materializan en una propuesta o identidad diferencial. “Elegí el estilo Invertido porque lo había visto poco. Hoy prácticamente todos los estilos ya están inventados, pero está bueno motivarse para crear algo propio. Por eso trato de meterme por este camino y esa manera de tatuar”.

Una vez definido el rumbo a tomar, Cristian entendió que la dedicación debía ser prácticamente exclusiva: “Llegás a tu casa de tatuar en el estudio y te ponés a dibujar, sin parar. Y esa búsqueda de la perfección o el perfeccionamiento del estilo que elegiste, implica ir al extremo. No te deja espacio ni tiempo para una vida social normal”.

El foco estaba claro para alcanzar el objetivo deseado: “Cuando un tatuaje está terminado y quedó como a uno le gusta, se ve el resultado de la práctica y el dibujo permanente. No sirve quedarse con lo que se ve bonito si no se conoce el proceso”.