Dar un giro de 180 grados. Quemar las naves. Salir de la zona de confort. En la vida de una persona, estas expresiones suelen estar vinculadas a un momento determinante que marcará un antes y un después ya sea en el plano profesional, personal, en una relación afectiva o en un vínculo comercial.

El instante en el que se toma una decisión sin retorno hacia un nuevo rumbo. Quizás con incertidumbre, pero con la seguridad de hacer lo que nace del instinto, del corazón, de un sexto sentido o de algo que una postura 100% racional y conservadora probablemente desaconsejaría.

Israel Paketh
Israel Paketh

En el caso de Israel Paketh, ese cambio radical fue dejar la música y su trabajo como maestro mayor de obra para dedicarse 100% al tatuaje de manera profesional. “Estuve diez años trabajando de algo que no me gustaba, y el tattoo fue mágico. Me cambió la vida y nunca lo sentí como un trabajo, más allá de la responsabilidad que implica”.

Abrirse a lo nuevo y reciclar conocimiento

Si bien los trabajos de Israel pueden inscribirse en el Blackwork o el Dotwork, aclara: “A mi estilo lo considero ornamental. O más bien geométrico, que es lo que estoy haciendo ahora”. Durante el proceso de aprendizaje, que abarcaba desde mejorar su técnica de tatuaje hasta profundizar acerca de las claves del estilo elegido, fue combinando conocimiento nuevo con información que ya manejaba debido a su formación inicial, como visuales de ornamentos arquitectónicos de templos o columnas de edificaciones antiguas.

“Como maestro mayor de obra, había aprendido a sombrear con puntos. Eso me llevó a indagar y así fui viendo cosas más geométricas, Escher y algo que se llama sólidos platónicos. También observaba los trabajos de tatuadores que se dedicaban a ese estilo, aunque no había muchos”.

En cuanto a sus fuentes de inspiración, asegura que “las mejores referencias y fuentes son los libros. O en mi caso, material relacionado con la arquitectura. Durante los viajes saco fotos de lugares como templos o cosas así”.

El paso siguiente es enriquecer un tattoo con esa información, un proceso que puede demandar un tiempo de ajuste. “Quizás un proyecto grande me lleva varios meses porque en el medio van decantando varias cosas. Por eso no me gusta tener un diseño planteado de entrada. Prefiero ir viendo mejoras, que son las cosas que quiero transmitir”.

Perfección no, mejorar sí

La búsqueda de Israel apunta a crecer y pulir su estilo, pero advierte que no se deja obnubilar por la aspiración de lograr la perfección: “Para mí no existe lo que funciona perfecto. Siempre hay espacio para cambiar y mejorar. Es verdad que no llegar a un punto definitivo puede ser frustrante. Y esa frustración es lo más difícil de manejar, porque a veces sentís que la decepción vale la pena, ya que te estaría colocando en la antesala de algo más grande”.

Teniendo en cuenta que las abstracciones predominan en este tipo de tattoos, Israel asegura: “Me di cuenta de que lo que mejor me resulta no es buscar un significado en cada tatuaje, sino hacer foco en lo estético. Por eso mucho de lo que hago me divierte, ya que no está supeditado a que signifique o represente algo específico. Todo lo que dibujo es pensado para un tattoo. Pueden ser formas aisladas o el detalle que se repite, pero siempre evaluando su función dentro de la totalidad de un tattoo y cómo se va a plantar”.

El camino fácil no garpa

Cuando Israel empezó a tatuar profesionalmente -hace cinco años-, el uso de la tecnología en el día a día del tattoo (para crear diseños, difundir trabajos, acceder a información, conocer lo que están haciendo otros tatuadores, etc.), ya era algo habitual. Prácticamente no le tocó vivir el proceso de transición y adaptación -principalmente impulsado por la omnipresencia de las redes sociales-, que sí tuvieron que atravesar quienes ya tatuaban desde antes de la era digital. Casi de un día para el otro, no quedó otra opción que pasar de la interacción 100% física (con clientes, recursos, colegas y fuentes de información) a la convivencia con el mundo online para evitar el aislamiento y la desactualización.

Sin embargo, y a pesar de formar parte de los “nativos digitales” en términos de tattoo, Israel tiene claro hasta qué punto sirve apoyarse en esas herramientas: “Las redes fueron una gran herramienta durante mi desarrollo, pero solo cumplen ese rol. Un tatuador no es mejor o peor por la cantidad de seguidores que tenga. Y tampoco hay que frustrarse por tener pocos likes”.

En ese sentido, tiene presente la trayectoria y los logros de los referentes históricos o pioneros del tattoo en Argentina, cuyo desempeño lejos estaba de contar con un trasfondo o impulso a través de plataformas digitales. “Crearon estilos propios sin la ayuda de esas herramientas. Y el resultado está a la vista. Entonces ¿por qué yo habría que elegir el camino fácil? Tener info de todo el mundo está buenísimo, pero si para aprender te enfocás solo en Instagram, no vas a desarrollar una personalidad o una identidad. Hay que respetar más el tattoo. Si buscás ser igual, carece de sentido, no sirve, porque copiás y nada más. Es muy limitado”.

Interactuar para crecer

Por estas razones, Israel valora “la posibilidad de interactuar con colegas de mucha experiencia, estudiar la historia del tattoo, conocer a los referentes. En algún momento tenés que alejarte de la vorágine de las redes y enfocarte en esa info”.

Acerca de las influencias más cercanas, en sus comienzos Israel compartió el lugar de trabajo con Eric Stricker, de quien incorporó conocimiento para encarar el camino por el estilo de tattoo que desarrolla actualmente. “Trabajar con alguien que hace ese tipo de laburo es una influencia increíble”.

Hoy trabaja con Tulio Navia en Alto Escracho y, si bien los estilos son muy diferentes, sigue aprendiendo en el intercambio cotidiano. “Me siento muy afortunado por haber compartido siempre ámbitos con gente muy talentosa, desde que empecé en Power Machine con Jorge Payeras. Eso te brinda mucha info, pero la clave es saber cómo usarla, colarla, aprovecharla. Ver lo que hacen y cómo lo hacen. Ver con qué me quedo, qué dejo o qué dejé y debería retomar”.

Esa gratificación que Israel obtiene tanto a nivel profesional como personal a partir del vínculo con sus colegas, también es un estímulo que busca al momento de tatuar: “Lo que más disfruto es la conexión con el cliente. Más allá del diseño o el tatuaje, que funcione la conexión a nivel humano, y saber que la está pasando bien”.

Hace cinco años, Israel dejó la arquitectura y la música para dedicarse de lleno al tattoo. Se tiró a una pileta que estaba llena y el chapuzón le sigue dando satisfacciones: “Jugársela es fundamental. En un sentido amplio, como cuando me despedí de la arquitectura para enfocarme en el tattoo. Pero también en los detalles, eligiendo dónde y cómo hacer una línea. En esas decisiones terminás aprendiendo mucho, lo mismo que del error. De esa manera me pude hallar y sentir la libertad que te da el tattoo, que si te lo tomás en serio es un camino hermoso”.